Historia
Aimont, esta es, ante todo, una historia familiar. Y esta historia comienza en Italia, en la región del Piamonte, concretamente en Soriso, a orillas del lago de Orta…
En 1950 se fundó una pequeña empresa que fabricaba calzado para las grandes marcas deportivas. Se llamaba ALMAR – AL por Alfonso y MAR por Maria – los fundadores. Maria UZZENI se encargaba de la producción mientras que Alfonso, su marido, vendía los zapatos.
Alfonso y María tuvieron un hijo, Pier Franco UZZENI. Durante toda su infancia, el pequeño Franco estuvo arrullado por el traqueteo de «la Black», como él la llamaba, una máquina de coser especializada en hacer zapatos. La Black era la que le despertaba cada mañana para avisarle de que era hora de prepararse para ir al colegio, pero el pequeño Franco se quedaba en la cama unos minutos para contar con los dedos el tiempo que tardaba la Black en coser un zapato. A lo largo de los años y al son de la Black, Franco aprendió cuántos zapatos se podían producir al minuto y a saber si el establecimiento era productivo. Era una certeza: ¡iba a continuar con la labor de sus abuelos y sus padres!
En 1987, Franco decidió dar un nuevo impulso a ALMAR: optó por dar otra dimensión al calzado que fabricaba centrándose en la prevención de riesgos. En 1988, creó su propia marca de calzado de seguridad a la que llamó AIMONT, que significa «en la montaña», un guiño a ALMAR, que significa «en el mar», para simbolizar la complementariedad entre los dos tipos de calzado que fabrica.
Con orgullo y entusiasmo retomamos el camino donde lo dejamos"
Franco “piensa a lo grande”: producir y vender zapatos está en su ADN. De su abuelo materno heredó el dominio de la producción y los materiales. De su abuelo paterno, que pasó parte de su vida en Francia, ha conservado un sentido innato del marketing.
Cuando Papi Sulà, como aún lo llama cariñosamente, se trasladó a Pontarlier, una ciudad muy lluviosa, la gente estaba desesperada por tener
zapatos impermeables. Para demostrarles que los zapatos que fabricaba lo eran, ponía una palangana llena de agua en la ventana con uno de sus zapatos dentro. A continuación, Introducía una cerilla en él y pedía a sus clientes que la cogieran y la encendieran. ¡Cada vez que los clientes hacían la prueba, la cerilla se encendía, lo que demostraba que el zapato era resistente a la humedad!
La apuesta de Franco dio sus frutos: ¡la demanda existía y los obreros se equipaban cada vez más con calzado de seguridad en las obras! Para hacer frente al aumento de los volúmenes, construyó su propia fábrica en Túnez, en Bizerte, donde solía pasar las vacaciones de niño.
Apasionado de los deportes y el automobilismo, Franco quería que sus zapatos protegieran y se beneficiaran de las mejores tecnologías para los
trabajadores sin sacrificar el diseño, que es parte integrante del ADN de una marca italiana. ¡Así pues, creó el primer «entrenador de seguridad» y encontró un compromiso entre la estética y la seguridad!